Monday, February 2, 2009

Experiencias

Invierno de 2008. Se abrió un desafio para Paula y para mi. No sabíamos qué íbamos a buscar ni con qué nos encontraríamos. Lo único seguro era que teníamos miedo a lo desconocido y marginado.
Fuimos. Hicimos un trabajo constante y delicado. Entramos por primera vez. Nos helamos el alma en los pasillos meados. Estuvimos en planta baja durante el primer mes. Muchas veces salimos corriendo hasta las puertas o las escaleras para huir de alguna situación que nos sobrepasaba. No olvidamos las corridas y tampoco la mirada de José, su risa, sus arrebatos yendo al baño para hacer pis, la mirada del Lobo hablando de su madre, la de tanta gente que nos vino a pedir chupetines o monedas. Victor Hugo, toda la tarde pidiéndonos que recordáramos su nombre; acá estamos Victor Hugo, te recordamos.
Luego fuimos subiendo al segundo piso, ya estábamos sumergidas en algo conocido, no pasábamos sustos tan inesperados. Vivimos en silencio con hombres caminando de un lado a otro sin fin, repitiéndose de derecha a izquierda frente a una ventana. Hombres encadenados en si mismos, sin una mirada. Babas en las bocas abatidas por algún medicamento. Hombres con ojos de advertencia. Manos amargas con dedos quemados por las colillas.
Lo único más lindo que nos pasó fue conocer la inocencia de José, contento de vernos otra vez, pero sin habernos reconocido.
Así fue el Borda para nosotras, un hospital sin memoria, lleno de hombres perdidos, dolidos y bastante olvidados.
Nos preguntamos si ciertamente estarían tan lejos de ser como nosotras. Cuánto afecto les habría sido negado en sus historias.
Queremos volver a agradecerles a los internos que nos vieron pasar, a los que nos llevaron guiadas por los pasillos. A los que nos contaron algo mínimo. A los que nos dejaron estar en su casa y un poco en sus momentos.
hospital Borda: por Paula K y Muriel.






1 comment:

iuri izrastzoff said...

muy buena entrada, conmovedora.